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Territorios abiertos a la violencia

Las Misioneras Siervas del Espíritu Santo adherimos desde lo más profundo de nuestra espiritualidad, nuestras búsquedas y nuestro llamado, a trabajar en favor de la justicia y la paz de toda la creación. Por eso hoy hacemos eco de las palabras que las Mujeres Católicas nos regalan…

“Hace unos días, leímos un posteo en las redes del psicoanalista Pablo Peusner, que se interroga en relación al femicidio de Úrsula Bahillo, quien denunció en 18 oportunidades al femicida Matías Martinez. No alcanzó.

Por eso, nos hacemos parte de estos interrogantes porque sus preguntas, todas muy oportunas, fueron las siguientes. 

¿Cómo funciona la justicia en nuestro país que 18 denuncias no pueden impedir un femicidio?

¿Por qué es tan frecuente que haya hechos de violencia homicida protagonizado por miembros de las fuerzas de seguridad?

Los hombres, ¿estamos haciendo lo necesario para que estas situaciones se terminen de una vez?

Las tres preguntas nos invitan a reflexionar, también tomando en cuenta los datos que se publicaron ayer desde el observatorio de las violencias que coordina el municipio de Neuquén capital. Los portales de noticias subrayan el lugar de las comisarías para recepción de las denuncias.

Pero vemos que, por un lado, es urgente la formación para todas las fuerzas de seguridad con herramientas teóricas y prácticas. No es posible que nuestra sociedad avance en la regulación de la violencia si dejamos afuera del anhelado cambio cultural a un sector tan importante. Por otro, también nos preguntamos si la segregación de las fuerzas de seguridad de los espacios educativos formales para el común de la gente no es ya una marca para ser "especiales" y "diferentes", y es conocido ya el efecto de la segregación. Pero bueno, esa discusión será para cuando las personas nos animemos a preguntarnos por la necesidad o no de ciertos cambios estructurales.

Volviendo a las preguntas de Pablo, consideramos que hay cambios coyunturales y cambios estructurales. En coyuntura está la respuesta a la primera pregunta. El lugar de las denuncias, la justicia y los espacios de recepción de las denuncias. Es imprescindible garantizar que quienes reciban la denuncia no lo hagan como mera burocracia. Es justo y absolutamente necesario comprender que en ese acto y en la efectividad del mismo se juega la vida o muerte de una persona. 

Luego viene la aplicación de las leyes (N°2212, N°2785 y N°2786), que eventualmente tienen algunos grises por donde los agresores suelen colarse. La mujer va y denuncia, la citan para evaluarla, para ratificar, se ponen las medidas de restricción de acercamiento y los rondines que efectivamente lleva  a cabo la policía. La víctima está siendo controlada por el sistema judicial y por las fuerzas de seguridad. Su vida ha quedado expuesta a una serie de agentes del estado, a veces por muy largo tiempo. La conocen en la comisaría, en la salita, en los ministerios como el de Desarrollo, en la Línea 148. Se sabe de su vida en distintos espacios públicos; si bien existe la confidencialidad de la información, la víctima cede de su intimidad a fin de que el Estado la proteja. ¿Y qué sucede mientras tanto con el agresor? Muchas veces nada. Porque resulta que hasta tanto el denunciado no reciba, abra la puerta de su domicilio y firme la notificación, no le cabe ningún apercibimiento de los que constan en las medidas de protección que puso la justicia. Es decir, que nada ocurre para él. No se lo notifica en el trabajo para no exponerlo. No asiste a las entrevistas en sede judicial porque no está notificado. El señor no abre la puerta y nada pasa. 

Entonces debemos pensar en cómo se podría subsanar este inconveniente gravísimo para las víctimas, que de esta manera quedan atrapadas y confundidas en el "como si" estatal. 

En la estructura, el cambio cultural es una semilla a cultivar a través de la puesta en tensión de todas las prácticas y en cada uno de los espacios sociales, desde las familias, las instituciones todas y en cada espacio público y privado.

Cuestionar nuestras formas, la manera de transmitir, el lugar habilitado para las mujeres y el cómo ser hombres nuevos que no necesiten hablar más fuerte, pisar un escalón más allá o golpear para ser alguien.

Ahora bien, la Iglesia Católica ¿qué dice al respecto?

El papa Francisco viene denunciando el maltrato y las diversas maneras de violencia sobre las mujeres desde que asumió su pontificado. 

En las intenciones de este mes de febrero pidió especialmente rezar "por las mujeres que son víctimas de violencia", porque "hoy sigue habiendo mujeres que sufren violencia. Violencia psicológica, violencia verbal, violencia física, violencia sexual". Dijo que "los testimonios de las víctimas que se atreven a romper su silencio son un grito de socorro que no podemos ignorar" y calificó como "una cobardía y una degradación para toda la humanidad" los malos tratos que reciben muchas mujeres.

Y en la acción concreta, desde la iglesia, ¿qué hacemos nosotros? ¿Silenciamos, callamos, consentimos (en nombre de los sacramentos) y somos cómplices de situaciones de violencia dentro de las comunidades a las que pertenecemos? ¿Denunciamos y visibilizamos las situaciones donde cualquier mujer es desplazada o destratada por el solo hecho de ser mujer?

Nos preguntamos, si tenemos las herramientas para monitorear, diagnosticar, planificar, auditar, ¿por qué aún no somos capaces de construir territorios donde la violencia y el femicidio puedan ser erradicados? Donde cualquier forma de violencia o maltrato contra la mujer sea lo atípico.

Estamos seguras que todas las instituciones −de la manera que le sea pertinente según sus objetivos, misiones y funciones− deben bregar por erradicar este mal que nos afecta estructuralmente como sociedad y como cultura, donde las mujeres siguen siendo objeto de descarte. Nunca mejor dicho. 

Y también estamos seguras de la necesidad de revisar en profundidad lo que sucede en las familias, en las escuelas, en los cultos religiosos y en todo escenario donde la manipulación del poder sesga la vitalidad y dignidad de cada persona. 

Vivimos en una sociedad y una cultura donde se sigue permitiendo el acoso y abuso moral, la violación a la integridad y la falta de cuidado de las mujeres. Somos  esclavas en un tiempo en el que se hace alarde del poder del conocimiento alcanzado. Pero seguimos sin cuestionar y cambiar a fondo las estructuras que nos arrastran a la muerte.

Una respuesta efectiva desde nuestro lugar de hermanas y hermanos es recomendar y sugerir siempre que se identifique una situación de violencia o maltrato, la atención profesional para que las instituciones especializadas organicen la mejor estrategia posible para esa persona. En estas situaciones hay que pedir ayuda profesional. Muchas veces esas conductas no se pueden cambiar porque las raíces son muy profundas y la persona se niega a revisar su pasado para sanar. Pedir ayuda y no silenciar estos hechos es fundamental.

Tenemos por delante un camino para sembrar esperanza. Animémonos a abrir los ojos. Animémonos a ser voz de las que no tienen voz.

Mujeres católicas 

Neuquén, 12 de febrero de 2021”