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Obituario de la Hna. María Graciela

Hna. María Graciela, Ramona Luisa Gómez

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Nacimiento: 19 de agosto de 1941, Provincia de Corrientes – Argentina

Primeros Votos: 02 de agosto de 1964, R. Calzada

Votos Perpetuos: 02 de febrero de 1971, R. Calzada

Fallecimiento: 19 de junio de 2024, R. Calzada

Entierro: 20 de junio de 2024, R. Calzada

La Hna. María Graciela, Ramona Luisa Gómez, Misionera Sierva del Espíritu Santo, nació el 19 de agosto de 1941 en la ciudad de Corrientes, capital de la Provincia homónima. Hija de Don Demetrio Gómez y de Doña María Cipriana Gómez, ama de casa, tejedora y vendedora de naranjas quien con estos medios logró criar a sus hijos y sacar la familia adelante. La Hna. María Graciela fue la cuarta de nueve hermanos y la primera mujer -lo que valió el apodo de “la nena”. Fue bautizada en la Iglesia Catedral de Corrientes el 19 de mayo de 1945 y a los 9 años recibió el Sacramento de la Confirmación en la misma iglesia.

Cuando la Hna. María Graciela tenía 17 años la familia se mudó Buenos Aires: al Barrio Martín Arín y vivió frente a la Capilla Cristo Redentor construida y animada por nuestras Hermanas desde el Convento Santísima Trinidad. Así conoció y entró en contacto con ellas. A los 19 años, el 22 de mayo de 1961, pidió ser admitida como aspirante en nuestra Congregación e ingresó unos días antes de su cumpleaños número 20. Hizo sus primeros votos en 1964 y profesó los perpetuos en 1971.

En su Corrientes natal había asistido a la Escuela Parroquial y a la Universidad Popular. Ya en la Congregación, cursó el secundario de adultos, DINEA, en Temperley. También estudió “Corte y Confección y Cocina” en nuestra Escuela Técnica en Rafael Calzada.

Se desempeñó muchos años como cocinera tanto en el Convento como en el Hospital de Coronel Suárez y el Colegio Santa Teresa, de Colonia Hinojo. Estuvo entre las tres pioneras que abrieron nuestra primera comunidad en Cutral-Có en el año 1972, una misión muy desafiante y nueva para aquellos años. Allí se encargó de abrir talleres para las mujeres de los barrios enseñando toda clase de habilidades domésticas, daba catequesis y era la “chofera” que conducía a la comunidad misionera para llegar hasta los últimos parajes del campo. También compartió su vida misionera y su gran capacidad de servicio en la Escuela del Pueblo San José, en Mendoza y en la Casa del Clero. En varios lugares estuvo más de una vez en distintos momentos.

A pesar de tener muchos conocimientos prácticos y de aprender autodidácticamente lo que no sabía, era una Hermana muy sencilla y humilde que no le gustaba alardear. Si la tuviera que comparar con una flor -dijo una Hermana de la comunidad, la compararía con una “violeta”. De carácter fuerte, frontal y que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer; era también una Hna. muy sacrificada, amable en el trato y que disfrutaba dando alegrías a los demás. Todas las Hermanas nos acordamos de las variedades de helados más diversas y originales que podía hacer: el más exitoso era el helado de “caqui” pero también recordamos el de “borra de café”, tomate y hasta la vez que intentó con la lechuga.

En el año 1981, cuando su mamá enfermó de gravedad, ella la trajo al convento y la cuidó por las noches durmiendo en un colchón a su lado mientras durante el día estaba a cargo de la cocina. Después de cuidarla por dos meses, al poco tiempo la mamá falleció.

La Hna. María Graciela fue trasladada a la Casa Provincial en el año 2015 prestando pequeños servicios según se lo permitía su salud ya deteriorada. En el año 2017 la disminución de sus fuerzas hizo que sumara a la comunidad del Hogar Santa Ana. Los últimos 5 años se podía mover cada vez menos hasta quedar totalmente postrada. Después de la pandemia ya casi no podía hablar -aunque entendía. El último año ya fue muy difícil comunicarse con ella. Se la veía sufrir mucho, estaba muy tensa, sufría frecuentes infecciones y a lo último respiraba con muchísima dificultad. Las Hnas. y nuestros empleados la atendieron física y espiritualmente con mucha dedicación, paciencia y amor. Finalmente, acompañada por la fiel sobrina-hermana que nunca dejó de visitarla, Eva, y la oración de las hermanas de la comunidad, logró entregarse y dar el paso final con mucha paz.

Querida Hna. María Graciela, en tu carta de pedido de admisión dice que desde muy temprana edad sentiste el deseo de consagrarte a Dios para toda la vida, rezando, trabajando y sufriendo por Aquel que dio todo por nosotros sin pedir nada a cambio. Tu vida da testimonio de que este deseo inicial fue el mapa que te guió y alumbró a lo largo de toda tu vida. ¡Qué en el abrazo eterno con Dios Trinidad puedas disfrutar de esta entrega mutua colmando tu corazón del amor, la paz y la felicidad que no tienen fin!

“Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu señor” Mt 25,21